La puerta del
camposanto gimió como
becerro recién parido, la última
vez que se abrió fue hace
tres años cuando vinieron
a enterrar a Juana. Estuvieron dos horas antes de encontrarle un
sitio bajo los brezos, algunos dudaban de que fuera el cementerio
aquella tierra llena de malas hierbas y sin muertos aparentes. Y es
que aquí nadie viene a visitar a los suyos, los entierran como si
fueran de otros. Por eso, los muertos en este pueblo están
más muertos que cualquier
otro difunto, porque pasan al olvido antes de morirse. Yo ni siquiera
les dije que Juana no era de por aquí,
que era de por allí
arriba, de detrás del
cerro pero que se había
ido a vivir a la casa del cruce porque la señora
Faustina nunca volvió de
las eras y era un desperdicio abandonar una casa sin goteras. Tampoco
les dije que era Juana a la que enterraban, allá
ellos si ni siquiera conocían
ya a su propia madre o a su pariente, quién sabe. Por no decir, no
dije que no estaba muerta. Los inviernos son recios por aquí y ya no
tengo edad para andar cambiando tejas.
Relato finalista en el VI Concurso de Microrrelatos "El Roblón". http://asociacionfelixdemartino.blogspot.com.es/p/vi-concurso-relatos-el-roblon.html
Que fascinante lo que narras y cómo lo narras.
ResponderEliminarUn saludo!
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ResponderEliminarFinal inesperado, que son los que a mí me gustan, y como tiene que ser en un micro.
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