sábado, 28 de febrero de 2015

LA SOPA


   Me habían recomendado con tanto énfasis aquel mesón y al mesonero que no me atreví a señalar que mi sopa tenía un sabor extraño.
Añadí sal. Nada. Bebí agua. Nada. Comí pan. Nada.
Los comensales que me acompañaban, todos ellos gourmets con la barriga forjada a base de estrellas Michelín, se deshacían en halagos y metáforas que lo mismo valían para la olla berciana que para la moza que la servía -Tiene cuerpo, carácter, notas nostálgicas de campo en la siega- coreaban exaltados, aunque nadie que hubiera segado, podría tener el espinazo nostálgico de cosechas.
El caso es que mi sopa me estaba dando la comida, porque cucharada tras cucharada el caldo no me calmaba la barriga, no me templaba el cuerpo. Me sabía a todo lo que no tenía: el puchero, el hogar que calienta la pieza, las manos hechas de tierra y las brasas que las calientan. Mi abuela que trae las alubias y la alegría en su saya negra.
Y esta olla nueva, perfecta y ufana en la mesa, con todo en su sitio, sus patatas, sus acelgas y berzas y yo, con el plato de sopa lleno de ausencias.

Maria Fraile

miércoles, 25 de febrero de 2015

UNO


   Fuera llueve con violencia -Menudo diluvio!- piensa Mariano -La bodega del Arca de Noé podría haber sido algo parecido a la sala de este museo- se dice. Un oso polar por aquí, un perezoso por allá, un elefante entre aquí y allá y hasta una pequeña hormiga camuflada entre las patas enormes de un tigre de Bengala. Sin embargo, a diferencia del Arca, esta habitación tan solo contiene especies desparejas. Un lobo, un castor, una abubilla y a Mariano, el vigilante, que se dice que esta sala bien podría ser la embarcación que salvara esta vez a los seres solitarios.

Maria Fraile

martes, 17 de febrero de 2015

IMPASSE


    Me repito la escena en la cabeza una y otra vez, de un lado, del otro . Me han dicho que me vaya a dormir, que descanse, pero mientras el tiempo, que todo lo cura, que todo lo borra, pasa, la probabilidad de despertar de esta pesadilla se aleja.
Entro en el portal con varias bolsas cargadas de vìveres necesarios, superfluos y el carrito con mi hija de seis meses. El bebé hace su siesta y yo aprovecho para subir la compra al apartamento antes de coger a Elisa. Vivimos en el primero y podemos seguir el trànsito del edificio, desde la cocina, el salòn, la habitaciòn y la taza del vàter. Entro en casa sin cerrar la puerta, dejo las bolsas en la entrada y bajo a recoger a mi hija. Han sido tres segundos. Cuatro. Pero cuando me asomo al carrito, està vacio. Miro a ambos lados, es un reflejo, un gesto inùtil, estoy sola.
Luego el policia que anota, que tacha, ajeno, indiferente, mientras el tiempo, que nada borra, que nada cura, pasa. Mi marido, que llega, que me dice con voz serena -No tenemos ninguna hija, Marisa. El carrito vacio en el portal es de Sofìa, nuestra vecina. Tu sabes que Elisa no existe- Y yo que le creo y que me creo, me repito la escena una y otra vez, con Elisa y sin ella, y en ambos casos no consigo despertar de esta pesadilla.

Maria Fraile
(Relato publicado en el número tres de la revista literaria Visor http://issuu.com/visorliteraria/docs/revista_literaria_visor_-_n___3)

martes, 3 de febrero de 2015

LA HORA

   Todos los días, los abuelos esperan en silencio sentados a la puerta de la casa a que den las dos. El hambre llega siempre a tiempo, puntual como un huésped de buenas costumbres. El reloj respira al mismo ritmo que los dos viejos -tictactictactictac- y cuando da la hora, los ancianos se levantan, confirman que las manecillas están bien en su sitio y cambian el asiento de la entrada por el del pequeño comedor.
Hoy son las dos pasadas y la escena inmóvil observa el reloj. Las agujas paradas a las dos, esperan a los abuelos para dar la hora.

María Fraile