lunes, 31 de agosto de 2015

LOS NÚMEROS MUERTOS

 (Imagen : Banksy, la bandera de la UE)

  Había llegado a la playa el muerto número dos, decían en el diario. Sin nombre, ni rostro, sin árbol genealógico ni conversación sobre el tiempo que molestase. Llegó ya en silencio, dejando que los demás hablasen o callasen por él. Si hubiese sido un vivo como yo, al muerto número dos le molestaría haber muerto de esa manera, cuando siempre se imaginó que llegado el momento, toda la familia rodearía su cuerpo, arrugado de puro viejo y exagerarían sus virtudes, se reirían de sus anécdotas y le pondrían como ejemplo a las generaciones de números dos por venir. Pero el hijo del número dos había sido el cadáver número uno y había llegado dos horas antes a la playa, con los brazos extendidos, como un superhéroe y un pañal sin marca, superabsorbente, con un montón de olas atrapadas en su celulosa. Porqué estaban ahí, lo sabíamos todos. Algunos lo comprendían, a otros se les saltaban las lágrimas, sinceras, se insultaban a los gobiernos y había quien culpaba a los ahogados de irresponsabilidad, mientras se alegraban de que sus nietos, porfín, hubiesen encontrado un trabajo. La vida. Eso que andaban buscando todos esos números muertos cuando todavía tenían un nombre.

María Fraile



miércoles, 19 de agosto de 2015

PARADO EN LA A-61

    Dice el tipo de la radio que me quedan otros veinte kilómetros de retenciones. Me lo dice con el tono de quien está de vuelta de todo. El tono del fulano que te cuenta que no pasa nada porque te hayas quedado sin curro a los cincuenta, con una hipoteca, con tres hijos y los anexos, que incluso es una suerte porque en el fondo tu trabajo era una mierda. Ese tono. Parece que hay hasta un pequeño regocijo en su forma de decirme que no tengo salida del atasco. Ni atajo. Ni camino alternativo ni otra alternativa. Y me pone a los Beach Boys para que me joda. Para que no se me olvide que en esta carretera de cualquier sitio, a cuarentaydos grados, soy un parado cualquiera, y que por más que quiera avanzar, no voy a ninguna parte.

María Fraile