sábado, 28 de febrero de 2015

LA SOPA


   Me habían recomendado con tanto énfasis aquel mesón y al mesonero que no me atreví a señalar que mi sopa tenía un sabor extraño.
Añadí sal. Nada. Bebí agua. Nada. Comí pan. Nada.
Los comensales que me acompañaban, todos ellos gourmets con la barriga forjada a base de estrellas Michelín, se deshacían en halagos y metáforas que lo mismo valían para la olla berciana que para la moza que la servía -Tiene cuerpo, carácter, notas nostálgicas de campo en la siega- coreaban exaltados, aunque nadie que hubiera segado, podría tener el espinazo nostálgico de cosechas.
El caso es que mi sopa me estaba dando la comida, porque cucharada tras cucharada el caldo no me calmaba la barriga, no me templaba el cuerpo. Me sabía a todo lo que no tenía: el puchero, el hogar que calienta la pieza, las manos hechas de tierra y las brasas que las calientan. Mi abuela que trae las alubias y la alegría en su saya negra.
Y esta olla nueva, perfecta y ufana en la mesa, con todo en su sitio, sus patatas, sus acelgas y berzas y yo, con el plato de sopa lleno de ausencias.

Maria Fraile

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias maria amparo, contenta de compartir mesa contigo...saludos!

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  2. Ese "plato de sopa lleno de ausencias" no podia saberle bien a tu protagonista, pero deja un muy buen sabor de boca al lector.

    Buen relato María.

    Me pasaré de cuando en cuando, que aquí dan bien de comer...:-)

    Un saludo.

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    1. Gracias Alfonso, siempre seràs bienvenido a mi mesa. Saludos de vuelta!

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