El adagio, con su sol menor, suena a las seis en punto, mientras
amanece. Sus notas se demoran perezosas en el pentagrama, a tempo
lento, como yo, entre su música y las sábanas. Diez minutos más
tarde el adagio sigue sonando, lo tarareo, me lo llevo a la ducha, me
ato los zapatos con sus cuerdas y vamos juntos al trabajo. No consigo
dejarle en casa. Conmigo al pincho, a clase de zumba, al vestuario
con el monitor y a la cama. Me acosa a todas horas, no me deja
pensar, ni vivir, ni escuchar mis gritos suplicándole el silencio.
María Fraile
Como se suele decir Maria, es el mal de la música pegadiza.
ResponderEliminarBuen juego de palabras. Me gustó.
Saludos.
Gracias, Alfonso...hay músicas hermosas que pueden convertirse en una tortura!! Un abrazo!
EliminarUn relato de hilar fino, sutil, en el que el lector debe detectar que sigue enamorada que aquél con el que compartía canción, por mucho que ahora tenga otras relaciones. Felicidades.
ResponderEliminarNo se te puede esconder nada, maestro Ximens! Un abrazo!
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