-Mihijita,
este parto se le ha adelantado diez años y no dos meses- me dijo la
mujer limpiando a la recién nacida. La vieja me había recogido al
borde del camino, jadeante y confusa, cuando regresaba de Quiapo.
Estábamos en plena estación húmeda y el agua golpeaba tan fuerte
el tejado que no podría decir si era la anciana o la lluvia la que
me hablaba. Al amainar la tormenta me desperté de nuevo en el
sendero, el vientre ingenuo, el pecho ligero, los años dispuestos
ante mí como peldaños. Mis ojos llenos de
lluvia dejaban caer lágrimas de barro.
Maria Fraile
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