Lo peor que le podía pasar tras la
ruptura con Inés es que al hacer las maletas, ella olvidara su
perfume. No habría sido lo mismo cualquier objeto, qué se yo, uno
de sus bolsos con tantas cosas inútiles e imprescindibles dentro, su
cepillo de dientes o alguna otra reliquia que hablara de su amor
muerto.
No, ella se fue dejando su
maldito perfume, no el bote, no, sino un olor que caía gota a gota
sobre las sillas, la cama, sobre las camisas y las
visitas. El aroma de Inés se quedó en la casa, como un
fantasma, como un reproche, como la promesa de que ninguna otra vida
sería posible sin ella.
Maria Fraile
¡Que buen relato María...! Si hasta me lo estoy oliendo..! Gracias.
ResponderEliminarGracias a tì Eduardo!
ResponderEliminar