miércoles, 8 de abril de 2015

LA CASA ENCANTADA

   Lo peor que le podía pasar tras la ruptura con Inés es que al hacer las maletas, ella olvidara su perfume. No habría sido lo mismo cualquier objeto, qué se yo, uno de sus bolsos con tantas cosas inútiles e imprescindibles dentro, su cepillo de dientes o alguna otra reliquia que hablara de su amor muerto. 
No, ella se fue dejando su maldito perfume, no el bote, no, sino un olor que caía gota a gota sobre las sillas, la cama, sobre las camisas y las visitas. El aroma de Inés se quedó en la casa, como un fantasma, como un reproche, como la promesa de que ninguna otra vida sería posible sin ella.

Maria Fraile

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