Que
exageren y que pierda el Boca son dos cosas que me sacan de quicio.
He tenido que bajar silbando a la parada del ochentaytres para no
liarme a gritos con la vieja. Se ha puesto a llorar cuando le he
dicho que me iba en autobús hasta el centro a arreglar unos asuntos
y me ha preparado una tartera con tortilla y filetes empanados.
Luego, me ha traído dos mudas y una manta y me ha puesto en el
cuello su medallita de San Pancracio –
Te quiero, Juan Ignacio –
me ha dicho. Ni hijito, ni Juanito, ni loquito, Juan Ignacio ha
dicho. Me imagino que encendió un cirio mientras yo esperaba el
autobús. Seguí silbando un rato, me comí la tortilla, me comí
los filetes, utilicé la manta hasta que se llenó de agujeros, me
reencarné en hormiga y perdí la medallita en el fondo de un charco,
me reencarné tres veces consecutivas en polilla y me
terminé la manta. Ahora, ando echando
frutos y dando sombra, junto a la marquesina, a nuevos pasajeros
ingenuos que esperarán, en vano, toda una eternidad, el ochentaytres.
María
Fraile
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