Cada
vez que me habla de ese sueño, lo hace mordiéndose las uñas.
Siempre es el mismo paisaje de montaña. Está harto de ir en sueños
a visitar la casa de la esquina y de que nunca me decida a comprarla,
de ir a por el pan o de tener precaución cuando conduce. Le irrita
su banalidad. – De lo aburrido que es, es
una pesadilla – dice. No poder aprovechar
de la inocencia de estar dormido para dejarse ir a lo estrafalario, a
lo terrorífico o a un erotismo desenfrenado. No se explica el
significado de una ordinariez parecida. Lo que quisiera es, al cerrar
los ojos, poder volar y eso lo dice cerrando los ojos con el dedo aún
en la boca, colocando el embozo de la sábana a la altura del mentón.
Se duerme mientras le acaricio el pelo y le susurro que mañana
volveremos a visitar la casa de la esquina pero que esta vez prometo
decidirme, que luego iremos con mucho cuidado a buscar a las niñas
al colegio. En los pueblos de montaña, las heladas son tremendas y
por más que mueva los brazos no podrá volar.
María Fraile
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